domingo, 8 de febrero de 2015

Una carta que llegó tarde...


Ella había llegado sin ser invitada, tal vez ese primer saludo había tenido más significado del que creía, un sencillo hola que rindió fruto después de dos años...

Se habían conocido por casualidad, estudiaban en el mismo lugar, tenían solo una amiga en común y decir amiga tal vez era decir mucho; pero de alguna forma y por alguna razón desconocida Ale conocía parte de su historia, los malos momentos que había tenido y la solución que había intentado darles...
Lian era una chica sencilla, amable, tierna y especial, tenía esa personalidad extraña que las personas que no saben quienes son odian, tal vez por eso algunos de los chicos a su alrededor la molestaban...
Lograban dañarla y lastimarla de una forma que ni siquiera eran capaces de entender y es que ella era distinta, era única y sabía a donde iba, tenía tan en claro su camino que las personas al percibirlo y sin darse cuenta temían...
Temían a una persona que sabía que el destino prepara cosas mágicas para cada uno de nosotros, una niña que además conocía los secretos que se escondían en los libros, en los inicios de las historias, detrás del gran roble de un cuento o el fondo de una taza de té...
Y  es que ella misma era la magia, era la dulzura, el brillo del vestido de una novia y las notas de una canción que pocos conocen.
Pero cuando Ale la conoció, no lo sabía, había pasado con ella un par de sábados por la mañana; la saludaba, realizaba sus labores y se despedía...
Pero tal vez estaban destinadas a estar juntas, a enamorarse una de la otra, a conocerse tanto que lograron enamorarse de sí mismas; era un sentimiento extraño, Ale jamás tuvo hermanos pero estaba segura que tenerlos se sentiría exactamente así.
Un día como cualquier otro, dos años después de ese primer saludo se encontraron en el mismo salón y con el paso de los días, sin darse cuenta sus bancas recorrieron los lugares hasta estar juntas.
Comenzaron a conocerse, a ser amigas y a compartir pequeños trozos de sus vidas, a encontrar personas que las hacían sentir bien, el grupo de amigas aumentó de número, reían, soñaban y se burlaban de los demás, de sus amores platónicos, de los compañeros que parecían no entender nada... se volvieron cómplices de estudio, de trabajo y de recesos en la biblioteca.
Llegó el momento de crecer, o al menos de avanzar y fue ahí donde realmente se convirtieron en mejores amigas, les llevó 2 años decirse hermanas, compartir todo, conocerse tanto como las barreras de cada una lo hacían posible.
De vez en cuando chispas desconocidas aparecían e iluminaban su amistad, renovaban los momentos y las hacían darse cuenta de que se conocían mucho pero que tendrían la vida entera para terminar de descifrar el enigma que era cada una.
Un día los horarios ya no eran los mismos, las responsabilidades las distanciaban y las unían al mismo tiempo, las dos buscaban el éxito pero sus caminos eran diferentes así que poco a poco sus senderos se separaban.
Algunos kilómetros adelante se volvían a unir en mesas de café, pláticas en la biblioteca o en unos extraños carruajes que fueron testigos de curiosas charlas, noches de lágrimas y momentos de silencio que dejaban al descubierto los sentimientos de cada una.
Pero había algo que las mantenía unidas, textos que como un susurro o a veces como un grito le decían a la otra lo que estaba pasando.
Pero esa última carta había llegado tarde, las letras decían que habían pasado 4´ 320, 000 segundos, el mismo tiempo que un reloj parisino había marcado mientras las cosas al rededor de las chicas cambiaban.
Ale sabía que esa no sería la última carta que llegaría tarde, pero estaba segura de que sin importar cuanto tiempo pasara las cartas siempre seguirían ahí, apareciendo en cualquiera de los buzones de las dos.
Textos sin previo aviso, contestaciones extrañas, llenas de letras borrosas, de manchas de tinta que solo las lágrimas pueden formar.

Pero esas cartas seguirían ahí, sin importar cuantas horas, minutos o segundos marcara el reloj, por que los tic tac solo significaban una cosa; que los recuerdos, el cariño y los buenos deseos esperarían el tiempo necesario para aparecer y escribir la primera letra en esas hojas en blanco.

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